Sobre la deuda pública griega. Y la española ….

¿Es sostenible la deuda pública griega? NO ¿Y la española? SÍ, pero por los pelos ….

 

Deuda alta, problema seguro

La saga del rescate a Grecia y sus interminables discusiones han vuelto a poner de actualidad una muy vieja cuestión: ¿hasta qué punto la deuda pública de un país es sostenible? ¿Qué hacer cuando se ve que no lo es?

No es un tema nuevo precisamente y grandes potencias han ocupado el lugar actual de Grecia en multitud de ocasiones. Un ejemplo: España mantiene, a día de hoy, un record que difícilmente será batido: ¡suspendió pagos siete veces en un solo siglo, el XIX! Y no era algo que surgiera de repente. En los tres siglos anteriores ya lo habíamos hecho seis veces …

Con la quiebra de las finanzas de un país pasa algo parecido a las guerras: hay una tendencia a considerarlo algo del pasado, relegado a los libros de Historia, felizmente superado. Pero de repente, llega de nuevo y todos nos preguntamos: ¿cómo es posible que hayamos llegado a esta situación? La primera Guerra Mundial fue un mazazo inesperado para la mayoría de la población europea e imagino que algo parecido les pasaría a los serbios, bosnios y croatas no hace tantos años.

¿Por qué llega un país a esa situación de no poder pagar sus deudas? Porque descuida año tras año sus finanzas públicas, hasta que llega un momento en que todo el mundo pierde confianza en que sea capaz de pagar los intereses y seguir renovando sus deudas. Es como una empresa que pierde dinero y que hace que los bancos ya no quieran seguir renovando los préstamos y le exijan el desembolso rápidamente. Sería inasumible si no llegara gran cantidad de dinero de otra fuente. Igualmente, no creo que ningún país pueda “pagar sus deudas” en el sentido literal. Sería inaudito, desproporcionado e irrealista, que los acreedores de, por ejemplo, el Reino Unido, exigieran la devolución de su deuda, según fuera venciendo, sin que haya nuevos acreedores dispuestos a sustituirles. Por muy Reino Unido que sea no sería capaz. Por la sencilla razón de que los países no pagan su deuda, simplemente la renuevan en los importes que van venciendo más el incremento correspondiente si hay un déficit, que es lo habitual, pues la mayoría de los gobiernos gastan más de lo que ingresan.

Sí que puede haber (y debería de haberlo) un descenso de la deuda pública los años que se logra un superávit en las cuentas estatales, pero no habrá nunca un “pago de la deuda”, es decir, una cancelación total.

Así como el sufrido ciudadano va destinando parte de su sueldo a pagar la cuota de la hipoteca, uno podría pensar que los Estados hacen lo mismo para “pagar sus deudas”. Pero no es así por varias razones. La primera porque siempre hay gente dispuesta a prestar a un Estado, pues se le supone con una gran capacidad financiera (prácticamente infinita si, llegados a lo peor, puede imprimir su propia moneda para pagar sus deudas). También porque se le supone “serio”: es verdad que España suspendió pagos en el siglo XIX, pero bueno, de eso hace mucho tiempo y, con un siglo de por medio cumpliendo, el prestigio se recupera. Y por otro lado, aun cuando pagar la deuda sea difícil, y todo el mundo asume que nunca se hará, los intereses son más asumibles y raro es el Estado que no consiga hacerlo. Eso contribuye a mantener un buen historial.

Esto nos lleva de nuevo a nuestra pregunta inicial: ¿cuándo se considera que la deuda de un país es ”insostenible”? Pues cuando se rompe la confianza en ese país. Cuando se empieza a ver que, tal como están haciendo las cosas, llegará un día en que encontrarán problemas para pagar el interés de la deuda o para encontrar inversores suficientes para renovar la que va venciendo.

La confianza, el prestigio de un país, es clave. En primer lugar porque te permite ahorrar mucho dinero, pues los acreedores exigen menor tipo de interés por el dinero que te prestan y en segundo lugar porque tienes la tranquilidad de poder financiar tus necesidades: siempre hay alguien ahí que piensa que su dinero está seguro contigo.

Pero la confianza en un país puede empezar a fallar si se ve que sistemáticamente el Estado tiene déficit, incluso “en los buenos tiempos”, y que, por tanto, su deuda pública continua aumentando. Si esto ocurre, cada vez hay más deuda que renovar y, pese a “la garantía del Estado”, empezará a haber algún reticente que empiece a desconfiar y a exigir un tipo de interés mayor. Eso ya es problemático. No sólo hay que encontrar más inversores dispuestos a dejar dinero al país (para renovar la deuda existente y para aumentarla por el déficit) sino que el simple “mantenimiento” de la misma, es decir, el pago de interés, empieza a resultar más y más costoso, porque se paga interés de cada vez más deuda y encima su precio, el tipo de interés que nos cobran, aumenta. Y si esto continua en el tiempo, el mero hecho de pagar intereses ya empieza a constituir un problema serio en sí mismo. Entonces, la desconfianza irá en aumento: “¡si ya les cuesta pagar intereses, imagínate la deuda!”. Y poco a poco te encaminas al precipicio: cada vez será más complicado renovar la deuda y la alternativa es devolverla, lo cual es lógicamente imposible.

Por eso parece haber bastante consenso en que la deuda pública griega es insostenible. En 2014 era un 177% del PIB, y sigue subiendo. Es muchísimo. El consenso europeo es que la deuda debería estar por debajo del 60% del PIB para que sea controlable y no entre la desconfianza. Y ojo, eso en países que se consideren fiables. Si encima ya tienes una mala fama como pagador, incluso el 60% es elevado. La suspensión de pagos de Argentina en 2001 se produjo cuando tenía una deuda del 50% de su PIB.

Es cierto que el caso griego es peculiar, pues ya está en situación de rescate, es un partido perdido hace ya tiempo. En 2012 ya se le perdonó una parte importante de su deuda y en la deuda restante se les bajó mucho los tipos de interés y se les permitió retrasar los vencimientos. Por eso Grecia no tiene hoy en día el agobio de pagos elevados de intereses (es más, pese a lo elevado de su deuda, paga menos interés en términos relativos de su PIB que otros países del euro). Pero aún no teniendo sobre la nuca esos pagos,  parece claro que tener el importe de deuda tan elevado va a hacer muy difícil que vuelva a las condiciones normales, es decir, a pedir prestado en el mercado a inversores internacionales, en vez de hacerlo a sus rescatadores (BCE, Europa, FMI), que es lo que hace ahora. De hecho, hasta sus mismos acreedores lo admiten y estarían dispuestos a reestructurarla (bajar aún más el tipo de interés y alargar aún más la fecha de vencimiento), pero quieren hacerlo una vez que Grecia haya puesto más orden en sus finanzas.

Desgraciadamente, no solo los griegos están muy endeudados. En España la deuda pública equivale al 97% del PIB en 2014. Bajo comparado con los griegos, pero alto, muy alto, comparado con lo recomendado. Estamos en zona muy peligrosa y salir de ahí dependerá principalmente de la evolución de nuestra economía y también de cuánto nos ayuden nuestros socios del euro.

¿Qué soluciones hay?

La siguiente pregunta viene sola: ¿qué hacer en un país donde este ratio es insostenible (como en Grecia) o está ya cerca del límite (como en España)? Hay tres opciones:

1) Me aprieto el cinturón, hago lo que sea, reduzco la deuda y vuelvo a una situación donde vuelva a gozar de la confianza de los mercados (los acreedores). Es duro, porque tienes que destinar una parte considerable de tus ingresos a pagar intereses, pero tiene la gran ventaja de que sigues contando con financiación, incluso aunque tengas déficit. Eso sí, para mantener la credibilidad, el déficit ha de ir bajando.  Algunos países lo hacen sobre todo reduciendo el gasto público, otros ponen el énfasis en incrementar los impuestos, pero suele haber algo de ambos. Las dos vías para reducir el déficit son complicadas de por sí (a nadie le gustar recortar servicios públicos o pedir a la gente pagar más) y también peligrosas, porque las dos perjudican al crecimiento económico, que es crucial, porque crea riqueza económica en el país y a su vez ayuda a sanear las cuentas públicas (cuanto más tiene la gente, más impuestos paga y menos necesidad de dinero público tiene, por ejemplo al haber menos prestaciones de desempleo). Es una línea muy delicada en que tienes que ser exigente contigo mismo y reducir el gasto público, pero al mismo tiempo hacer que la gente se anime a invertir y consumir para que la economía tire para arriba. ¡Nada fácil!

Esta opción es la elegida por España. En 2012 parecía que la confianza en el país se desmoronaba y los acreedores empezaban a exigir cada vez un tipo de interés mayor (este plus de más se mide bastante bien con la famosa “prima de riesgo”: el tipo de interés extra que un inversor exige a España por prestarle dinero, comparado con lo que exige a Alemania). Al final, el Banco Central Europeo salió en nuestra ayuda diciendo que apoyaría la estabilidad del euro (vamos, que ayudaría a los países del euro cuya deuda parecía ya demasiado elevada) y los mercados volvieron a confiar en la deuda pública española y de otros países del euro en dificultad. Pero la situación sigue siendo delicada. Y si no acaba viniendo el superávit en las cuentas públicas, o un buen crecimiento económico, y con ello una reducción de la deuda con respecto al PIB, puede volver la tormenta.

2) La segunda opción es reconocer que no puedes pagar: como España tantas veces en el siglo XIX, o como Rusia, Mexico, y un largo etc. en el XX o como Argentina o Grecia, entre otros, en el XXI. Lo siento mucho, lo he intentado, pero simplemente no puedo. Suspensión de pagos. Pido que me perdonen un tanto por ciento de la deuda y explico a todo el mundo que a partir de ahora lo haré mejor. Como desde ese momento nadie te prestará dinero, normalmente esto implica pedir ayuda al FMI, para que te den préstamos para intentar mantenerte en pie e intentar reconstruir la economía, siempre a cambio de que “arregles tus cuentas y pongas orden” reduciendo el déficit. Tiene la gran ventaja de que te quitas la losa de la deuda, normalmente de forma parcial, y de sus intereses. Pero la desventaja es demoledora: pierdes soberanía y aceptas la tutela de instituciones como el FMI que te harán cortar el gasto de forma radical. Y cuando su ayuda se acabe porque se supone que vuelves a ser de fiar y hay gente de nuevo que aceptará prestarte dinero, tendrás que pagar un tipo de interés mayor debido al estigma de lo que ha pasado. Caerás en la triste situación de destinar una parte importante de ingresos a pagar intereses (una prima de riesgo alta) y tendrás menos margen para ampliar tu deuda.

En cierta medida Grecia ya está en esta situación desde 2010-2012 y todo el jaleo de julio 2014 era porque el rescate en el que estaba, vencía, y quería continuarlo pero “arreglando su economía” de manera más suave. Sus rescatadores (en este caso Europa, el Banco Central Europeo y el FMI) se negaron y finalmente Grecia ha aceptado un tercer rescate con duras condiciones. Haber renunciado al rescate por su dureza, hubiera dejado a Grecia sola ante el peligro, con ajustes aún más duros que los impuestos, porque no tienen dinero, y además de forma mucho más traumática y radical. Pudiera haberse dado la paradoja de que, pese a renunciar a pagar su deuda, hubiera tenido que pagar más intereses a partir de entonces, pues aquel que hubiera accedido a prestarle dinero en esas circunstancias le exigiría muchísimo más que los acreedores actuales. Los altos intereses de muy poca deuda (la nueva) podrían llegar a ser mayores que los bajísimos de su deuda altísima actual.

El caso griego, como el español, es complicado, porque tienen una moneda que no controlan totalmente. Esto te da mucha fuerza, porque estás en un club de países my sólido económicamente, pero te resta el gran poder de imprimir billetes cuando quieras. Hablando como estamos de confianza, parece claro que las ventajas de lo primero superan con creces  las desventajas de lo segundo. Pero es un tema debatible.

3) La última opción, tantas veces usada en la historia, es recurrir a la máquina de imprimir billetes. Si la deuda es en mi moneda, dado que soy yo como Estado quien tiene el privilegio de dar salida al dinero que usan los ciudadanos, pues creo moneda suficiente para pagar lo que debo. Esto origina lógicamente inflación, subida de precios, pues si sigue habiendo los mismos bienes pero más dinero, es normal que simplemente los bienes cuesten más. Esto hace que, aunque el valor nominal de la deuda no varíe, al haber mucho más dinero en circulación, su valor real disminuye.

Por lo ya apuntado antes, ni Grecia ni España pueden usar este recurso de la inflación, pues al entrar en el euro renunciaron a un control monetario de su moneda. Pero a lo largo de la historia todos los países han usado, en mayor o menor medida, esta posibilidad. Un buen ejemplo es el Reino Unido. Aún siendo un país con un historial intachable en el cumplimiento de pagos durante su historia, también él se ha beneficiado de tasas inflación altas para hacer frente a una deuda que tras la Segunda Guerra Mundial había llegado nada menos que al 200% de su PIB. Con una inflación en los años 1950-1960 del 4% anual y en los 70 de casi el 15% anual, logró reducir su deuda al 50% del PIB.

Parece muy sencillo y es, desde luego, tentador, pero es evidente que tiene muchos peligros y por tanto los Estados son muy prudentes con este «arma». En primer lugar porque tiene un efecto limitado. Una vez que los acreedores sepan que tal país tiene inflación alta, pedirán más interés por prestarle dinero, es decir, se protegerán de este peligro y habrá más desconfianza hacia la deuda del país. En el peor de los casos esto puede crear una espiral peligrosísima, donde el Estado a su vez crea aún más dinero y la inflación va subiendo más y más hasta llegar a hiperinflación, tasas tan altas que son un auténtico problema para todo el mundo, pues crean una sensación de inseguridad tremendas: el dinero ya no es seguro, y pierde su valor real tan rápidamente que hay que buscar sistemas alternativos para proteger la riqueza.

Sin llegar a estos casos tan dramáticos, la inflación limitada, pero alta (digamos más de 5% al año) crea también bastantes injusticias, pues se trata de una repartición de la riqueza en la que muchas veces son los que tienen menos medios quienes salen perjudicados. Véase los asalariados, que no pueden incrementar sus ingresos, o los pequeños ahorradores, que al no tener un gran poder de negociación tendrán más difícil que que su dinero aumente su rendimiento cuando los precios suben.

Pero ahora mismo existe la opinión general común de que un poco de inflación (2%) es buena para la economía, porque da «salsa» y animación a la actividad económica. Y desde luego, también porque ayuda a los Estados a reducir el valor real de su deuda.

Conclusión

En fin, que en el tema de las finanzas públicas no hay milagros, pero es un asunto de crucial importancia a la hora de juzgar a un gobierno. No se trata de tecnicismos de burócratas que estén alejados de la vida real. Al contrario, nos afecta ¡y mucho! ya que un país en suspensión de pagos es muy traumático y ese grave peligro siempre acecha porque, desgraciadamente, la historia se repite. Los gobernantes reciben muchas presiones para no aumentar los impuestos o para aumentar el gasto público, y si las finanzas públicas se deterioran, es harto difícil arreglarlas. Y no es sólo un problema de países subdesarrollados. Francia ha tenido déficit en sus cuentas públicas en los últimos 35 años. Sí, es cierto que el déficit nunca ha sido escandalosamente alto, que aún goza de mucha confianza y que gracias a esto paga tipos de interés muy bajos. Pero, aún con todas sus fortalezas, su deuda pública está ya en el 95% de su PIB. ¿Cuántos años más puede seguir así? ¿No estará tentando a la suerte? Más vale poner tus cuentas en orden por tu propia iniciativa, porque si esperas a que otros te obliguen, probablemente ya es demasiado tarde.

 

DEUDA PÚBLICA DE LOS PAÍSES DE LA UE EN PORCENTAJE DE SU PIB   (fuente: Eurostat)

COUNTRY

1995 

2000  2005  2010  2014 
Greece

:

: : :

177,1

Italy

116,9

105,1 101,9 115,3

132,1

Portugal

58,3

50,3 67,4 96,2

130,2

Ireland

78,7

36,3 26,2 87,4

109,7

Cyprus

47,9

55,2 63,4 56,5

107,5

Belgium

130,7

109 94,7 99,5

106,5

Spain

61,7

58 42,3 60,1

97,7

France

55,8

58,7 67,2 81,7

95

United Kingdom

48,3

39,1 41,6 76,4

89,4

Croatia

:

: 40,7 57

85

Austria

68

65,9 68,3 82,4

84,5

Slovenia

18,3

25,9 26,3 38,2

80,9

Hungary

84,5

55,2 60,8 80,9

76,9

Germany

54,9

59 67,1 80,5

74,7

Netherlands

73,5

51,3 49,4 59

68,8

Malta

34,4

60,9 70,1 67,6

68

Finland

55,1

42,5 40 47,1

59,3

Slovakia

21,7

49,6 33,8 40,9

53,6

Poland

47,6

36,5 46,7 53,6

50,1

Denmark

:

52,4 37,4 42,9

45,2

Sweden

69,9

50,6 48,2 36,8

43,9

Czech Republic

13,6

17 28 38,2

42,6

Lithuania

:

: 17,6 36,2

40,9

Latvia

13,9

12,2 11,7 46,8

40

Romania

6,6

22,4 15,7 29,9

39,8

Bulgaria

:

70,1 27,1 15,9

27,6

Norway

:

: : :

26,4

Luxembourg

8,1

6,1 6,3 19,6

23,6

Estonia : 5,1 4,5 6,5

10,6

Fuentes principales:

«This time is different» by Carmen M. Reinhart and Kenneth S. Rogoff, 2009

«Le capital au XXI siècle», Thomas Piketty, 2013